Jueves Santo." VEN, ADORA, COMPARTE Y SIRVE"
“Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Deseaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformar-los y comenzar así la transformación del mundo.
En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres “tanto amó Dios al mundo….”, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Jesús nos desea, nos espera.
Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿Sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas?
Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía.
Hace un mes, preparando la visita pastoral del Obispo, calculábamos un 13,8 % de asistencia a la Misa Dominical. Y nos quedamos tan tranquilos. Tantos de nuestros vecinos, amigos, familiares, para los que estas fechas estarán vacías de sentido religioso, o superficialmente barnizadas de religiosidad popular, y a su vez llenas de indiferencia ante un amor tan grande, tan sobreabundante: el de Cristo. ¿Qué voy a hacer yo para convidarles al banquete de la Eucaristía?. Jesús cuenta contigo y conmigo.
Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas completamente diferente.
San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta.
Es la fe y el amor que nos llevan a la Eucaristía y desde Cristo nos empujan a comunicarlo. Como nos dice Marcos en su evangelio, designó a doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar. Primero estar con el. Es la experiencia de su cercanía, de su gracia, de su amor en la oración, en la adoración. Y desde ese encuentro con Jesús, salir a anunciar a los demás la alegría del evangelio. Llenarse de Cristo en la oración, para volcarse en el anuncio. Sin esa experiencia de encuentro con él, corremos el peligro de anunciarnos a nosotros mismos.
Jesús lavó los pies a sus discípulos como signo de su amor, y entrega, y de su humillación y también como ejemplo a observar en nuestras relaciones fraternas.
Jesús quiso que nos amáramos unos a otros como El nos amó. Les dijo a sus apóstoles: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies; también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Y en esta noche santa nos insiste vivamente: “Amaos unos a otros como yo os he amado” “Esta será la señal de que sois mis discípulos. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Convendría que nos preguntáramos: ¿Hemos escuchado de verdad este mandato del Señor? Nuestras comunidades cristianas y parroquiales, creen y viven de verdad estas palabras? ¿Porqué tanto egoísmo y tanto afán de sobresalir? ¿Obedecemos este mandato del Señor?
Dios nos amó primero, el toma siempre la iniciativa. El amor de Dios es el que hace posible que nosotros amemos. Nadie aprende a amar si antes no ha sido generosamente amado. Si podemos amar es porque una chispita de la hoguera del amor de Dios ha prendido en nuestro corazón.
El día de Jueves Santo, Jesús nos enseñó a mirarnos con ojos nuevos, a agrandar los límites del corazón. Nos enseñó a querernos, superando distancias y diferencias, como amigos y como hermanos. No como si fuésemos hermanos, sino como hermanos, porque tenemos un padre común . Comun – unión: unidad.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?, decíamos en el salmo responsorial. Reunámonos en esta santa tarde como los discípulos en torno al Maestro. Acompañemos al Señor, aunque sea desde nuestras limitaciones y miserias. Agradezcamos al Señor todos los dones que nos dejó en aquella memorable noche. Para mejor realizarlo tenemos hasta mañana la presencia sacramental de Cristo Eucaristía en el monumento. Acudamos a ella, veneremos, agradezcamos, devolvamos amor con amor.
VEN – ADORA – SIRVE - COMPARTE